I
Impresión de paisajes que se deslizan a mis flancos, impresión de las luces del sol poniente que por occidente se oculta, ensangrentado tras la batalla, cómo el héroe que bañó su cuerpo en la abierta herida del enorme ojo de uno de los titanes, impresión de universos que desfilan ante nuestra impertérrita mirada, naciendo de entre las llamas originales que dieron origen a las fuerzas desencadenadas que nos gobiernan, expandiéndose con creciente ímpetu a través de unos fríos parajes cuya propia existencia está en tela de juicio en tanto no estén relacionados con aquellos mundos en fuga, y por último, la decadencia y la muerte, el silencioso crecimiento de un tumor de parálisis externa que congela el propio discurrir del tiempo, impresión de imperios, impresión de culturas que viven postradas ante sus ídolos, de hombres que creen en aquellas fuerzas desencadenadas, y que ofrecen las vidas de sus hijos para aplacar las iras de la personificación de lo inpersonificable, impresión de dioses en tumbas megalíticas, de pirámides truncadas en cuyo seno se ocultan vitrinas que apartan de la implacable acción del tiempo a princesas ancestrales de rostros albinos que nacieron en lejanos lugares, más allá de las estrellas, doncellas que vinieron a este lugar azul, quien sabe con qué fines, y enseñaron a las antiguas culturas muchas artes que hoy ya nadie recuerda, impresión de, en tiempos antiguos, ver flotar las rocas montaña arriba, para construir una ciudad en alturas que ni el mayor de los locos -si humano- ansiaría, impresión de pistas que trazan caprichosas siluetas invisibles para el hombre del suelo, y otras que se internan en los profundos océanos, impresión de eternos días sin luz, cuando el que fue nuestro rutilante astro ha huido de la decadente mirada de hombres y bestias con los días contados, escalofriante impresión de un cielo negro azabache, tachonado de frías estrellas que no alcanzan a calentar nuestras heladas almas, cielos de los que ha huido la visión de los ahora oscuros planetas y nuestra plateada compañera, la triforme, impresión de saber que el tiempo se acaba, de mares helados y hoscas miradas, ya no hay lazos que unan a los seres que se hunden en su propia desdicha, ya no existe la familia ni la amistad, el padre desprecia al hijo y la mujer al marido, impresión de saber que todo se acaba, impresión de tiempos presentes, de momentos en los que la idea del retorno al Caos nos parece muy lejana... o imposible, impresión de vidas completas, de pensamientos de felicidad basados en minucias, breves instantes de evasión a los problemas, nuestra felicidad, como la ilusión del ebrio, falsas apariencias pasajeras que luego se revuelven contra nosotros y nos hunden más de lo que estuvimos, impresión de una infancia más o menos cercana en la que soñábamos con ser héroes de cine, atrapados en la pantalla en brazos de aquella esbelta actriz, rodeados por el ocre ambiente repleto de espesa humareda, tan irreal como el mundo que nos rodeaba, impresión, desagradable impresión del despertar a la vida y afrontar todas sus flechas envenenadas, hay quien no despierta jamás del cálido letargo, son eternos infantes que nunca acaban de adaptarse a los contornos del molde social... unos son poetas, otros filósofos, algunos son andrajosos científicos y muchos no son más que locos, impresión de todos los niños que nacieron muertos y que jamás abrirán sus ojos a la vidaII
Llamas en interminable danza que crepitan sobre las ascuas despidiendo irisados reflejos que se acomodan en las paredes del cuarto en penumbras donde yace el cuerpo inerte de un muchacho que no encontró sentido a su vida, enérgica brisa de salobre aroma que se arrastra por entre piedras y matas, bosques y pueblos, acariciando a hombres y bestias, revolviendo sus cabellos y penetrando por entre sus ropas, libre como sólo el viento es, viajando sin ataduras sobre la faz de la Tierra, fuerte como las olas del frío océano que golpean en el acantilado con ímpetu irrefrenable, elementos desatados, ajenos todos ellos a nuestras cómicas visicitudes, naturaleza suprema que, altiva, desafía una y mil veces al desdichado hombre que cansado de mutilarse pretende humillarla bajo sus manchados pies, domar las fuerzas indomables, conocer los secretos inexcrutables y asumir sus inconmensurables bastedades, ah, hombre, hombre, cuán largo tiempo ha pasado desde que abriste los ojos al cielo que te cobija, y en todo ese lapso no has aprendido, creo que no aprenderás jamás, desde entonces sigues siendo el mismo ser lleno de rabia contra sí mismo y contra su hermano, contra las fieras y las plantas, contra el cielo y el infierno, contra sus progenitores y contra su descendencia, y pretendes, hombre, hacerme creer que esa naturaleza a veces se pone en tu contra y te aniquila, y te mutila, y se ceba en tu agonía, de verdad no te das cuenta que aún hemos de agradecerle esas pretendidas catástrofes, sucesos que muy lejos de ser nefastos, contribuyen a equilibrar la balanza que nuestra tenacidad está logrando desviar peligrosamente a nuestro favor, somos demasiados, date cuenta, somos demasiados, recapacita y lo verás, somos demasiados, detente en tu loca carrera y quizás veas con claridad, hace mucho que somos demasiados... la naturaleza es sabia y quizás muy pronto ponga alivio a esta situación, estamos mal distribuidos , dice alguno, como buen ente gregario el hombre se apiña en puntos de la geografía, dejando la mayor parte del terreno totalmente deshabitado, pero aún en el caso de que nos extendiesemos más homogeneamente, sólo sería cuestión de tiempo el volver a llegar a la conclusión inicialIII
Yo he visto las cicatrices que las rocas errantes del universo han causado en la que los antiguos llamaron la blanca faz de Selene, he visto las profundas grietas que el tiempo y los elementos han infligido al que muchos creen terso rostro, de qué me ha servido, yo he visto ígneos bólidos que surcando el cielo hicieron maravillar a niños y viejos, escollos celestes que inflamados por el roce con nuestra atmósfera brillan como pequeños cometas de rápido movimiento que cruzan el firmamento estallando a veces en miríadas de diminutas lucecitas, qué he aprendido, yo he visto el origen de la vida bullendo en el espeso líquido, agitándose con desespero en un incierto océano de bastas proporciones que a nuestros ojos parece insignificante, y he visto nacer a pequeños individuos de hinchados ojos, mustias pieles y cabezas peladas, que luego crecerían sanos y fuertes, fundando familias enteras y haciendo crecer la especie siguiendo los dictámenes que leyeron en las Sagradas Escrituras, Creced y multiplicaos, decían, crecieron y se multiplicaron como una plaga perniciosa, crecieron, se multiplicaron, devastaron y arruinaron lo que encontraron a su paso, y vi también que alguien decía, Te llamaré hombre, en que me ha ayudado, yo he visto las oscuras alas de la muerte deslizándose por el cielo nocturno, camufladas por la negrura del firmamento, y sólo delatadas por el eclipse de bastas zonas de estrellas que a su paso enmudecían, he visto su descarnado rostro, que me ha rondado en más de una ocasión -aún lo hace-, mirándome con cierto aire irónico que me ha hecho estremecer más que su misma presencia, he visto tan a menudo sus manos en torno a mi cuello, que la rutina terminó por hacerme cómplice y confidente de la oscura dama, ahora jugamos interminables partidas de un macabro ajedrez en el que yo soy uno de los reyes, nunca he sido bueno en este menester así que sólo es cuestión de tiempo que ella se decida a acabar con la partida... me dé la impresión de que prolonga mi agonía premeditadamente, y que en cuanto quiera asestará el jaque definitivo, mate, hasta cuando esperarIV
Impresión de tiempos que vendrán, de jóvenes muchachas hoy mimadas por los hados pero que mañana se hallarán solas y abandonadas, sentadas en una desnuda silla en el centro de una habitación por la que sólo entra la débil luz que se filtra por una angosta ventanilla clavada en la fría roca de la pared por donde resbala la humedad que alimenta al moho del aire que nos descompone el aliento, llorarán largamente su pena y querrán volver atrás en el tiempo para rehacer mucho de lo que arruinaron en su momento, demasiado tarde, impresión de viejos hombres de espaldas arqueadas y manos hinchadas que, hartos de trabajar no han conseguido nada en la vida y ven con desconsuelo como llega el final, y saben que pronto desaparecerán sin dejar legado alguno que justifique sus años de sufrimiento y dolorV
Impresión de aromas silvestres en una lejana tierra rodeada de impenetrables selvas por las que bulle una misteriosa fauna de brillantes ojos que siempre nos observa desde la penumbra, y de un hombrecillo de extrema delgadez que toca la flauta en el centro de ese bosque, sentado al pie de la que fue marmórea escalinata de un antiguo templo indú que hoy devoran las raíces y la maleza, amenazando con hacerlo estallar en cualquier instante, impresión de un tigre de bengala saltando sobre el escuálido cuerpo del flautista, impresión del grito ahogado de cien mil pequeños animales, aún ocultos en el sotobosque, impresión de un gran felino congelado en pleno salto, y de los penetrantes ojos del hombre, que miran diciendo, Hace cien mil años esta selva era un océano, y hace mil años un desierto... mañana ni tú ni yo existiremos, vuelve sobre tus pasos y olvídate de mí, estoy cansado de aguantar este ciclo universal, verdadera y única maldición del hombre, y entonces la profunda melodía de aquella flauta volvió a impregnar el aire que se arrastra incesantemente por entre las matas y las piedras, bordeando las montañas y estrellándose contra los acantiladosVI
Impresión de la llama de una vela azotada por el viento, siempre a punto de extinguirse, impresión de la vida de cualquiera de nosotros, pero no de los que no nacieron.©Jack!89
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