Comparto con vosotros una columna editorial que me ha parecido que muestra con realismo la actualidad política de este país nuestro en estos tiempos extraños, la firma Rubén Olveira, escritor y poeta a quien tengo la enorme satisfacción de contar entre mis amigos y hablo aquí de amigos en el sentido real de la palabra, no de eso que las redes sociales nos pretenden inculcar como amistades en los tiempos modernos.
Un abrazo, Rubén, y un saludo para todos vosotros; he aquí el texto íntegro:
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Cuando recibimos una carta cuyo remitente es cualquier organismo oficial, la mayoría de los súbditos de a pie sentimos miedo. Nos preguntamos azorados qué será lo que contiene ese sobre. Los membretes de los organismos públicos nos asustan mucho. ¿A quién no le ha llegado alguna multa de tránsito con importe cuantioso (100 euros, por ejemplo, que es la décima parte del sueldo de un mileurista) por la más mínima infracción; o alguna amenaza de penalización desorbitada por no haber cumplido a tiempo con tal o cual pago. Por la prensa nos enteramos de que nos aumentan los coeficientes impositivos a los que menos ganamos, y por otro lado nos hacen saber que a los más ricos les bajan ese índice. O quitan el impuesto de sucesión beneficiando aún más a los poderosos. Hasta ahora, el estado ha permitido a la banca leoninas penalizaciones contra quienes no pueden pagar sus hipotecas, no porque no quieran, sino porque quizás hayan integrado la descomunal lista de parados. Desde la Generalitat de Catalunya, algún que otro político amenaza con ejercer la censura a personas y medios de comunicación no bendecidos por los partidos dominantes, como en las mejores épocas de las peores dictaduras. Mientras tanto, Bruselas recomienda recortes en los cargos públicos que se duplican y reduplican (muchas son las autonomías y muchas las diputaciones). Europa parece entender que no se precisa para hacienda tan mediocre como la española, tanto petimetre de corte ni tantas “señoritingas Givenchy”. Mientras tanto, se recortan los gastos en salud pública y educación, dos pilares indispensables en cualquier sitio que desee avanzar históricamente, y sobre todo donde tanto se habla de democracia y con tanta frialdad se pasa de ella. Y todo esto paradójicamente aprobado por unos gobernantes que se dicen de izquierdas.
Ex representantes de gobiernos autónomos se jubilan a los 51 años, percibiendo cifras astronómicas de sueldo (7800 euros mensuales, según informó, hace muy poco, el Diario de Girona), mientras que se eleva la edad de jubilación de los trabajadores y no se aumenta ni un duro la paga a los pensionistas. A su vez, personas presuntamente implicadas en dolos económicos como los del Palau de la Música Catalana, siguen en libertad. Y no quiero referirme a los turbios asuntos de Valencia, si no, no acabaríamos.
Entonces, cuando las bases de la sociedad comienzan a rebelarse frente a tanto despotismo encubierto, ante tanto lobo vestido de cordero, los políticos se inquietan frente al empuje de las masas. Y eso que no somos demasiados los que nos sentimos indignados. Pero eso sí, les da miedo que tengamos conciencia de clase, que es lo que más asusta a los que tienen como oficio la política y viven de ella. Asombra el caso del señor Cayo Lara, de Izquierda Unida, que pese a querer entregar, en la elección a presidente de la comunidad autonómica de Extremadura, los designios de los votantes de su grupo a los socialistas, no se salió con la suya.
No voy a caer en la exageración de decir que el día de las masas ha comenzado. Los resultados electorales nos demuestran que ese momento aún está distante. Que hay bipartidismo para rato. Los gigantescos grupos de desinformación (Prisa, Godó, etc.) se encargan de mantener a la clientela de los partidos mayoritarios casi inalterable. Pero, aún así, los representantes del estado ansían acallar a este ínfimo grupo que trata de reaccionar ante tantos desastres políticos, harto ya de seguir los propósitos de sindicatos entregados a formas burocráticas enervantes y a agrupaciones de izquierda a la violeta que ignoran de dónde vienen y hacia dónde van. Gente sencilla que nos movilizamos con precaución y preocupación, porque seguimos teniendo miedo de un estado que, salvo en brevísimas etapas históricas siempre abortadas por pronunciamientos, agrupa en su clase política, desde hace siglos, a los principales enemigos del pueblo.
Rubén Olveira
Fuente: http://www.catalunyapress.cat/es
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