Sigmund Freud se convierte de mitógrafo de no despreciable talento en su ensayo 'Sobre la conquista del fuego' ('Zur Gewinnung des Feuers'), y compara el acto de Prometeo, que roba el fuego a los dioses para ofrecerlo a los hombres, con el hecho histórico de un hombre que decide hacer renuncia a la satisfacción de un placer de tipo homosexual que venía dado en la extinción del fuego por la acción de la orina: las llamas serían vistas como símbolos fálicos a los que el hombre destruía con su propio poder viril; por eso señala que el mito prometeico (y otros similares) describen el momento en el que el Yo y el Super-yo sojuzgaron al Ello, el momento en que la razón y la moral apartaron a un lado aquel irrefrenable deseo de satisfacción de los instintos a los que el Ello nunca tuvo intención (ni necesidad) de poner obstáculo; con este paso el hombre creaba, por una parte, aquello que hoy conocemos como la civilización, y por otra, lo que constituye el principal mal de la sociedad civilizada: la neurosis; el castigo impuesto a Prometeo sería la clara muestra del rencor del hombre instintual ante el 'héroe' sacrílego; otro mito paralelo es el de la Hidra a la que da muerte Heracles, la Hidra es un monstruo con múltiples cabezas que crecen tras haber sido cortadas por Heracles, al final este consigue dar muerte a la criatura tras quemar su cabeza inmortal; el mito en sí no tiene relación con el de Prometeo hasta que se lo interpreta a la luz de psicoanálisis, si se invierten los significados aparece una criatura de fuego que es muerta por la acción del agua, es decir, justo la acción que había sido prohibida al hombre en el marco del mito prometeico; la explicación histórica que podríamos dar es que el mito de Prometeo dataría del tiempo en que el hombre comenzaba a manipular el fuego, cuando se produciría una reacción por la conservación de la llama para su perpetuación, prohibiendo la extinción de las cenizas con la orina, mientras que el mito de Heracles dataría de una época posterior, cuando la extinción del fuego se justificaría en casos de amenaza de incendios. En la segunda parte del ensayo 'Sobre la guerra y la muerte', ('Zeitgemässes über Krieg und Tod') nos habla Freud de nuestra actitud ante la muerte y de este tema extraigo yo algunas ideas muy interesantes que el austriaco nos desgrana con su habitual impasividad científica: el inconsciente de todos nosotros está convencido de nuestra inmortalidad, es por eso la dificultad que nos plantea el pensar en la idea de la muerte propia (no la ajena), así pues nos es imposible pensar en la idea de nuestra muerte, y en cuanto a la de los demás, intentamos por todos los medios apartarla de nuestras cabezas, como signo de la peor sensibilidad, este hecho hace que la vida se torne aburrida pues no osamos ponerla en peligro para nada, por lo que hemos de recurrir a la ficción para satisfacer esas renuncias: en el cine y la literatura aceptaremos aquello que en la vida real nos escandalizaría, el crimen, la muerte; durante la guerra, sin embargo, el contacto continuado con las escenas de violencia y muerte nos impide ya negar la existencia de esta, por lo que nuestra vida, ahora ya en continuo peligro, recobra importancia para nosotros -y yo me pregunto si no será esta la explicación al cambio experimentado por Sartre tras la segunda gran guerra-; Freud prosigue hablando de la muerte y refiere el hecho de que la muerte violenta forma parte del 'legado primordial de la humanidad', el hecho de que Jesucristo haya de pagar con su vida el pecado original demuestra, siguiendo la ley del Talión, que ese pecado debió ser un asesinato, concretamente un parricidio; la posición del hombre primordial debió ser la siguiente: aunque no podía imaginarse la muerte propia, experimentó sin embargo una gran pena al presenciar la muerte de sus seres queridos, aunque sintiera placer ante la muerte de sus enemigos, y creó la idea de los espíritus para hacer llevadera la idea de que tal vez la muerte también le alcanzara a él, suponiendo que en ese caso no significaría el definitivo aniquilamiento de la vida, los demonios nacerían posteriormente del sentimiento de culpabilidad que la satisfacción por la muerte del enemigo le producía, el miedo a los muertos es en realidad la expresión del remordimiento que siente ese hombre al haber dado muerte al enemigo; las ideas de la trasmigración de las almas, la vida anterior o la vida eterna serían otras formas posteriores de negar la muerte; Freud debe hacer tambalearse la conciencia de aquellos que piensan en la elevada moral del hombre, que ya desde un principio de su historia estableció aquella prohibición que reza 'No matarás', aunque sin embargo esto no demuestra sino todo lo contrario: no es necesaria la prohibición de aquello que no se desea profundamente, así pues, el código moral humano nos señala como 'descendientes de una generación de asesinos' que llevan el placer de matar en la sangre.
Jack!94
1 comentario:
Para mí, Freud era mejor escritor que científico...
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