domingo, 11 de enero de 2009

EL HOMBRE DEL POZO




Hace tiempo hubo un hombre en el lugar donde yo vivía que un buen día se asomó al pozo de su casa y se dijo, Está seco, caviló mucho sobre este hecho, el pozo se había secado totalmente y ahora estaba allí, como un gran monstruo inútil con la boca abierta al cielo, el hombre miraba día y noche aquella reseca garganta y se decía mientras entornaba los ojos, Está seco, con el tiempo llegó a la conclusión de que había algo que le unía a aquel pozo marchito, ambos habían vivido muchos años, los dos estaban acabados y por último, los dos habían tenido unas vidas inútiles y faltas de sentido, el agua que el pozo dio nunca fue especialmente buena, algunos decían que ni siquiera quitaba la sed, aquel hombre había trabajado toda su vida en tierras de otros, se había casado y había tenido hijos que pronto se fueron a la ciudad, su mujer había muerto hacía unos años y él se había ido marchitando a la vez que lo hacía el pozo, ahora aquel había muerto, pero él aguantaba aún, ya casi no bajaba al pueblo, lo único que le atraía muy de vez en cuando era el aguardiente de la taberna, pero en los últimos días ni siquiera eso le llamaba la atención; nadie sabe exactamente cuando sucedió, simplemente, ocurrió, un día estaba asomado al pozo y pronunció en voz baja, Está seco, y el eco de su voz le respondió desde el fondo, entonces comprendió que él estaba tan seco como aquel pozo, que lo había estado siempre, y apoyándose en el primer travesaño de la escalerilla que conducía a sus profundidades, descendió lentamente y se perdió en el umbroso fondo hasta el día de hoy; esta es una historia que no tendría mayor importancia si no fuera por el hecho de que, poco tiempo después comenzó a correr el rumor de que se había visto varias veces a una joven cerca de aquel lugar, se comentaba que era una cría de unos trece años, hija de un pastor de las montañas que muy rara vez se dejaba ver por el pueblo, la gen-te decía de aquel que era un hombre que tiempo atrás había sido culto y rico, vivió en la capital hasta un buen día en que lo abandonó todo para marchar a una cabaña en las montañas donde ahora cuidaba las ovejas, vacas y caballos de algunos potentados; algunos de los que consiguieron hablar con su hija la tacharon de loca pues no hablaba más que de historias de la antigua Grécia, y cosas por el estilo, aquel pueblo era un pueblo normal, compuesto por gente normal que nada sabían de los dioses helénicos ni de las gestas de los míticos héroes que conoció la hélade, y qué buscaba allí esa chiquilla, es una pregunta que yo me he hecho mil veces, como todos los del pueblo, acaso descendía al pozo, y si lo hacía, qué buscaba, porque aquel hombre que tiempo atrás se perdiera en sus profundidades no podía estar con vida aún, habían pasado tantos años... esa sola idea me producía una sensación de escalofríos que recorría mi espalda de arriba abajo; todo acaba por olvidarse una vez pasada la ola de interés general, al poco tiempo nadie volvió a hablar de la muchacha, no sé si porque dejó de acudir a aquel lugar o porque la historia perdió interés para todos nosotros, algunos años después yo marché a Argentina, donde viví hasta hace unos meses como vigilante de un almacén de productos de transporte, ahora estoy de nuevo en el pueblo donde ocurrieron aquellos sucesos, viendo a la gente que me vio marchar, intentando reconocer a mis antiguos amigos entre ese grupo de hombres casados, de piel curtida por el sol y gran-des manos de duras palmas, y ha sido precisamente esta semana cuando he tenido un encuentro que me ha hecho recordar los tiempos de mi niñez, y por el que he referido la historia que han leído; ha ocurrido que paseaba por las solitarias tierras que rodean al pueblo, desafiando al sol abrasador de la media tarde estival cuando vi al otro lado de la hondonada que llaman 'de los lobos', la reverberante silueta de la casa de aquel hombre que un buen día decidió internarse en el pozo seco, no pude evitar el encaminar mis pasos hacia allí, y mientras me acercaba, junto a la sofocante sensación del sol sobre el sombrero de paja que perteneció a mi abuelo, sentía una palpitación interior que parecía una premonición de fantásticos sucesos, allí estaba la negra boca del pozo, mirando a lo alto, como antaño, allí estaba la vieja higuera cuya sombra dicen que no es buena... y la casucha del infeliz, abandonada y medio derruida en su parte trasera, donde había caído uno de los chopos que coronaron el ahora vacío corral, posiblemente arrancado por el viento del invierno, me mareaba un poco el blanquísimo sol que hacía restallar las piedras, y mientras un hilillo de sudor me bajaba por la sien pensé que debería descansar un rato bajo la higuera, no importa lo que se dijera de su sombra, mi abuelo me había dicho que la caída de la higuera es la más dañina, pero a mí me gustaba el olor dulzón que te envuelve al cobijarte junto a su liso tronco, hay quien dice que el higo maduro y abierto recuerda a los labios de una mujer; me había sentado en el suelo, mirando directamente al pozo y dejé que mis ojos se entornasen poco a poco mientras me sentía acunado por ese incesante sonido de los grillos entre las matas, en sueños me vi caminando por las polvorientas sendas a esa misma hora, junto a varios muchachos, cuando apenas tenía doce años, cuando en esa casa vivía un tranquilo matrimonio al que no le importaba que bebiésemos agua de su pozo, y tomásemos algunos higos de las ramas bajas, qué diferentes esos tiempos de estos otros, mi casa ahora vacía y llena de recuerdos, mis amigos casados y descoloridos, yo regresando de lejanas tierras con las manos tan vacías como cuando marché pero con mi cara surcada por arrugas que el tiempo ha ido depositando en mi frente, tengo cuarenta y dos años, en marzo cumpliré los cuarenta y tres, y aunque de joven siempre tuve cierto atractivo para las mujeres, hoy ya no les provoco emoción alguna, como dijo Góngora, 'Se nos va la Pascua, chicas, se nos va la Pascua', pero eso es algo que a mí no consigue estremecerme; un suave sonido de pasos me despabiló, y entonces pude ver a una joven que se acercaba por el camino, era una muchacha de negro pelo que llevaba un vestido ligero con dibujos geométricos, en su rostro se reflejaba una expresión de tranquila felicidad, la expresión de la juventud, tendría doce o trece años, y mientras la veía acercarse no pude evitar el imaginármela como a la chiquilla que en otros tiempos visitaba el pozo, aunque bien sabía que no podían tener nada que ver la una con la otra pues treinta y siete años las separaban, yo la podía observar a través de las ramas de un matojo bajo, no quería espantarla, llegó a la altura del pozo y apoyándose en el alféizar miró directamente al fondo, asomándose con imprudencia, así estuvo unos instantes, como buscando algo en lo más profundo, entonces dijo, Eee ooooo..., y la reverberación contes, Eee oooo..., parecía gustarle aquello, porque sonrió y mirando al cielo inhaló la fragancia de los girasoles que subía de la hondonada, luego, un crujido de las ramas tras las que me ocultaba evidenció mi presencia, así que salí disimuladamente diciendo, Hola... estaba dormido, sonreí y añadí, Este calor... no tienes calor, ella me miró sin sorpresa, quizás con un poco de fastidio, pero no me contestó, yo seguí hablando, diciendo, Pues yo sí que tengo, pero te diré una cosa... no me asusta el calor, desde que tenía tu edad me ha gustado salir a estas horas, cuando todo el mundo duerme la siesta es como si todo esto me perteneciera, como si mientras los demás duermen el mundo quedase temporalmente sin dueño y yo tomase el mando hasta que todo vuelva a la normalidad... claro que ya no es como antes... je, je, me resigno a admitir que ya no soy el muchacho que fui, decía yo, y hablaba sin saber si lo hacía para la chiquilla o para mí mismo, mis labios se movían y yo era consciente de que tan sólo divagaba, ella me miraba seriamente, y mientras hablaba me daba la impresión de que lo que yo le contaba no le interesaba en absoluto, en cuanto terminé, ella volvió su mirada al interior del pozo y después de un rato de silencio dijo, Está seco, yo había llegado a su altura, y en respuesta a sus palabras miré hacia abajo, no había na-da, la miré, ahora estábamos a menos de un metro, y reflejados en sus ojos brillantes pude ver los míos cansados, ella parecía muy inocente, pero a la vez daba la impresión de saber tantas cosas, que no conseguía asociar su mirada con ese joven cuerpo, Hace mucho que está así, desde que yo era un chaval, y hace tanto tiempo de eso..., expliqué, ella me miró con inteligencia y un poco de pena, entonces me cogió las manos, era un bonito contraste el ver aquellas pequeñas manos blancas junto a las mías, grandes y surcadas de venas azuladas, El tiempo... qué es el tiempo, el tiempo no existe, nosotros lo hemos creado para castigarnos, dijo ella con mirada infantil, tan inocente que me convenció, una vez más miré hacia la profundidad, intentando ver en el fondo lo que aquella muchacha había encontrado hacía muchos años, lo que tal vez encontró aquel hombre cuya vida había ido paralela a la del pozo, no pude ver nada, tal vez habían pasado muchos años sobre mí y ya no tenía una mente tan ágil como en la infancia, o quizás nunca la tuve, el tiempo lo hemos creado nosotros para castigarnos, yo he contribuido a ello, mañana volveré a aquel lugar cuando el sol golpee con más dureza, tengo que entrar en aquel pozo, no importa cuán profundo sea, debo aprender a olvidar, he de olvidar, si es que aún estoy a tiempo, he de aprender a olvidar.


©Jack!89Justificar a ambos lados

2 comentarios:

Anónimo dijo...

http://giraenvano.blogspot.com/2009/02/el-hombre-y-el-pozo-una-vez-un-hombre.html

giraenvano dijo...

Deberías editarlo con salto de parrafo así es mas atractiva la lectura.

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LA PLAGA HUMANA

"Hubo un tiempo en que eran innumerables la tribus de hombres que vagaban por la Tierra..., la anchura de la Tierra de profundo seno. Zeus, al notarlo, apiadado, decidió con su gran prudencia aligerar la Tierra, que todo lo nutre, de hombres, excitando para ello la gran contienda ilíaca, pues habíase decidido a que el número de hombres disminuyera por medio de la muerte. Por eso se mataban los hombres en Troya, cumpliendo la voluntad de Zeus.”